Bonus: ¿Deberían los culturistas tener educación de príncipes?
Con la entrada del verano me he puesto a leer las Meditaciones de Marco Aurelio. Hay varios temas sobre los cuales me gustaría reflexionar: uno de ellos es el poder y la influencia, en las vísperas de las vísperas de unas elecciones, y otra son los palacios: los palacios que nos pertenecen; y aquellos que no. Nuestros pensamientos, y todo lo demás. Por ejemplo, las casas, el tiempo, los submarinos turísticos, nuestros cuerpos, los templos de piedra…
Ahora tienes las dos cosas –decía Marco Aurelio–: el palacio y la filosofía. Retorna, pues, a esta y encuentra en ella tu sosiego; pues gracias a la filosofía se te hacen soportables las cosas de palacio y tu presencia en la corte.
Hace unos días, unos señores a los que les sobraban algunos cientos de miles de dólares decidieron que necesitaban adquirir algo de conocimiento. Así que se metieron en su palacio sumergible de reducidas dimensiones para observar el pecio del Titanic, probablemente motivados por la película de Cameron. El submarino implosionó, al parecer, y todavía se buscan los cuerpos. Se ha destinado una cantidad de medios ingente para encontrar esos cuerpos.
Todos tenemos un amigo que se compró la mejor guitarra porque quería aprender a tocarla. Que se montó un gym en casa porque quería ponerse en forma. Y que se pagó un viaje por el continente asiático porque necesitaba una historia interesante que contar. Es el tipo de conocimiento al que yo llamo el conocimiento hortera: El conocimiento cuya barrera de entrada es el dinero. Ni el tiempo. Ni la dedicación. Ni el talento. Uno se pregunta si lo que de verdad pretenden es aprender a tocar la guitarra, ligar gracias a la guitarra, tener una guitarra o, sencillamente, gastarse el dinero que cuesta la guitarra. Porque también hay un placer aprendido en esto de gastar dinero. Ojo: a un instrumento musical, por mucho que puedas comprártelo, hay que tenerle el mismo respeto que se le tiene a una espada, al océano, o a una montaña.
Time is money. La frase se le atribuye (como todas) a Benjamin Franklin, y es una de las más socorridas en el mundo actual. La clase media tiene —o tenemos— algo llamado vacaciones durante las cuales disponemos del tiempo y el dinero necesarios para hacer que la rueda de la economía siga girando; pero ocurre que la clase alta tiene algo muy similar que es un período de tiempo bastante breve en el cual juega a un juego que consiste en gastar sus superávits de la manera más excéntrica y hortera posible en el menor tiempo posible y, además, pretender disfrazarlo de cultura. Casi nunca habíamos estado en un momento en el cual la sociedad premie lo hortera en tal medida y de una forma tan desacomplejada.
Pasaré unos cuatro días leyendo a Marco Aurelio en un café junto al mar (nadie es perfecto). Serán una hora o dos al día allí, y me tomaré un café americano sin azúcar a 1’45 euros por día. Y probablemente no voy a apantallar a tanto a los demás, en mitad de una reunión social, si explico que he leído a Marco Aurelio, que si explico que sondeé las profundas aguas en las que se halla el Titanic. Qué más da. Os puedo asegurar que ese no es conocimiento hortera.
Los libros no son conocimiento hortera. Una de las cosas que he podido comprobar en Twitter es que a muchos los libros os parecen caros y, como estuve un par de años trabajando como editor, he pensado que sería una buena idea explicar cómo se reparte el dinero que cuesta un libro. Al autor le corresponde el 10% del precio del libro; al distribuidor –el encargado de llevar los libros a los distintos puntos de venta–, otro 10%; al punto de venta, un 45%; al editor, un 30%; y a Hacienda, un 5%, para simplificar las cuentas. Nadie se hace rico. Los libros ni son caros, ni son conocimiento hortera.
Hay un poema de Kaveh Akbar, un joven irano-americano que me encanta, que me gustaría compartir con vosotros. Apareció en The New Yorker y lo leí 200 veces, durante mi estancia en la Fundación Antonio Gala (leí muchísimo más de lo que escribí, como hago siempre). Además, está maravillosamente ilustrado de forma interactiva por una historietista sevillana absolutamente lisérgica, María Medem, con la cual, por azares del destino, compartí una beca más tarde. El poema se titula The Palace, y hay un pasaje que dice así:
La pregunta que tanto el rey, como el príncipe, el magnate y el ciudadano de a pie deben plantearse es la siguiente: ¿Queremos que nos amen por el palacio, o por la filosofía? La filosofía tiene un escaso valor económico, puesto que sólo cuesta tiempo. ¿Y por qué parece que todos queremos que nos valoren más por el palacio, la tarta y el cordero? ¿Cuánta cultura crees que deberían tener el rey, el príncipe, el magnate y el ciudadano más sencillo? Creo que esta es otra pregunta pertinente.
Ayer escuché a un vloger y culturista de élite responder, ante la pregunta de “¿En qué año se descubrió América?”, “1869”. ¿Necesitan los culturistas tener educación de príncipes? [Sinceramente, el mundo del culturismo y todo lo que lo rodea está empezando a apasionarme.] Sigo: Si supieran más… ¿votarían mejor? ¿Resistirían mejor al avance de las inteligencias artificiales? Me hago todas estas preguntas de verdad, sin prejuicios y, por supuesto, sin intención de hacer escarnio de nadie.
Durante la pandemia quise averiguar por qué vuelan los aviones. Pedí en una web de distribución china un motor brushless, una batería de litio, una emisora R/C de segunda mano (dato curioso: el Titan se pilotaba con un mando de PlayStation), un receptor, cables, servo motores para accionar los alerones, y varios metros cuadrados de cartón pluma para las alas y el fuselaje. Mi avión DIY costó alrededor de 100 euros, y me sirvió para aprender los fundamentos de la aerodinámica. Así que no podría considerarse conocimiento hortera. Y con una botella de Coca Cola y algo menos de dinero podría haber construido mi propio submarino de piscina y, de paso, podría haber aprendido algo de hidrodinámica.
Hay un libro de Marta D. Riezu que reflexiona acerca de la elegancia de lo involuntario y recoge un fragmento de una entrevista a Cecil Beaton, en la cual, ante la pregunta “¿Qué es la elegancia?”, Cecil responde “Agua y jabón”.
Marco Aurelio lo dijo de un modo muy distinto, pero viene a ser lo mismo: “Tu vida será feliz si cumples tu cometido presente y según la razón, con decisión, con buena voluntad y con serenidad.”
En fin, que no seas hortera. No lo digo yo; lo dice Marco Aurelio.
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¡Espero que hayas disfrutado este artículo! Soy Gerard Serra y me dedico a la escritura y la creación. Si acabas de terminar tu libro y necesitas una corrección o si necesitas asesoría en tu proceso creativo, puedes contactarme aquí.
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