No seas el escritor que no eres

Una reivindicación del derecho a estructurar el lenguaje y el pensamiento como cada uno lo sienta

Últimamente me sorprendo disculpándome por todo. Envío un nota de voz y me disculpo 20 veces por mi forma de comunicar: por saltar de tema, por hacer piruetas temporales, por las pausas para mi propia reflexión, o por buscar la palabra precisa.

Lo curioso es que uno de los factores que hace de la literatura un artificio interesante es que cada escritor y escritora -y diré más: cada personaje de cada escritor o escritora, y cada narrador- tenga su propia voz. De la misma forma en que el hogar de un personaje nos dice algo de su vida o de su carácter, su forma de vertebrar las frases nos habla de cómo estructura sus pensamientos. De si es más disperso o más centrado, por ejemplo.

Poco a poco vamos renunciando voluntariamente a esos rasgos que conforman nuestra personalidad, en favor del pragmatismo. Y, sobre todo, nos desprendemos de aquello que hace resaltar nuestra individualidad porque nos parece que nuestras peculiaridades nos convierten en personas egocéntricas, cuando sólo tratamos de hacernos conscientes de aquello que somos y de hacernos responsables de aquello que hacemos.

Cuando hago cualquier cosa, no puedo evitar observar mi entorno. Estar en varias conversaciones. Y sólo si alguien o algo de verdad me interesa, le dedico mi atención plena.

Cuando tengo que memorizar algo, me concentro en ello; pero la mayoría de las veces mis recuerdos son difusos porque mi realidad es un programa de entretenimiento loco (como cualquier programa de entretenimiento) en el que se cambia de cámara constantemente.

¿Por qué no escribir como cada uno piensa? Tal vez sería lo interesante. Que nuestros libros fueran la puerta de entrada al mundo interior de cada uno. Ser coherentes y no pretender ser los escritores que no somos.

Que la forma de hablar de cada uno fuese algo más que una declaración del nivel de ingresos de nuestra familia, de nuestro nivel educativo o de lo que pretendemos ser para que los demás nos acepten más fácilmente.

Justo le explicaba a una chica que en algún momento se me había dado bien la oratoria. Un momento en el cual todavía no había pasado las suficientes horas solo y un momento en el cual todavía no me había plantado ante la pregunta de si de verdad me interesaba convencer a alguien de algo. (Tenía diecisiete años.)

He desarrollado un gusto por las bromas y el contenido vacío como el del que disfruta jugando a hacer rebotar canicas de vidrio. Y ese juego de caos aleatorio es el único incentivo que encuentro, a veces, para relacionarme de una manera convencional. El juego paralelo que va más allá de lo predecible es el que me resulta más estimulante.

Te invito a intentarlo, y me cuentas qué tal. No te gustes demasiado. Es más: no te gustes. Sólo hazlo, y trata de aplicarlo a tu escritura.

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¡Espero que hayas disfrutado este artículo! Soy Gerard Serra y me dedico a la escritura y la creación. Si acabas de terminar tu libro y necesitas una corrección o si necesitas asesoría en tu proceso creativo, puedes contactarme aquí.


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